Geobservatorio
Por: Hugo Hernández Carrasco
Hace poco, hace apenas unos cien años, los Estados Unidos invadÃan el puerto de Veracruz para –entre otros tantos motivos- presionar la salida de Victoriano Huerta del poder. Hoy, a tan solo cien añitos de distancia las formas de presión han cambiado pero el fondo sigue siendo el mismo: en una relación tan asimétrica, quien paga los platos es el más débil.
Nuestra clase polÃtica de alguna manera ha sabido sortear dicha asimetrÃa de poder con el vecino del norte mediante varias concesiones, las cuales en algún momento ofrecÃan cierta resistencia, hoy en cambio, vemos que la resistencia es nula en aras de lo que los tecnócratas internacionalistas llaman la cooperación total. Las preguntas son inevitables: ¿puede haber cooperación en una relación tan desigual? ¿Cómo evaluar dicha cooperación? ¿Aparte de la palabra cooperación habrá otra que pueda caracterizar dicha relación? Definitivamente estamos obligados a responderlas y repensarlas constantemente, sobre todo en aras de dar mejores respuestas a los nuevos retos que se tendrán que sortear en esta relación bilateral.
Un primer paso para avanzar en pos de ofrecernos –sÃ, ofrecernos- mejores respuestas, es estudiar y comprender al vecino del norte en su justa dimensión, sin viseras, prejuicios o complejos…esto no quiere decir renunciar a la memoria, o a la crÃtica sino por el contrario, explicarnos de la manera más completa y racional posible los motivos y factores que han dominado la relación México-Estados Unidos y asà poder tener una mejor lectura de lo que el vecino pretende para con nosotros.
Una segunda cuestión es repasar nuestra historia, releerla y aprender de sus lecciones, dado que, mientras algunos pecan de viscerales al culpar de todo (pérdida de territorios, golpes de estado, subdesarrollo) al vecino distante otros caen en posturas ingenuas que pretenden hacernos ver que esta relación es un trato de iguales (defensores del TLCAN, Iniciativa Mérida y anexos). Realmente, ningún extremo es bueno, lo saludable en esta perspectiva es intentar primero equilibrar la visión de nuestra historia para luego poder equilibrar nuestro presente de cara al futuro, y no, no es simple retórica, en tanto que como mexicanos tenemos que conciliarnos con nuestro pasado, comprenderlo y no rechazarlo, sólo asà asumiremos la responsabilidad de nuestro papel histórico especÃfico.
Más que voltear a nuestra pasado para resolver “quién/es” fue el culpable, nuestro reto consiste en resolver el “cómo” se dieron los infortunios, para asà poder explicar por qué en ocasiones parecemos repetir los mismos errores que nos aquejaron en nuestro pasado: división mezquina interna, corrupción, apatÃa. Antes que pretender encontrar la maldad en el aparente adversario –que por supuesto existe-, tenemos que encontrar la maldad propia, esa maldad que se manifiesta como constante en nuestra historia y que ha impedido –dada la creación de héroes y antihéroes totales- una clara lectura de nuestras naturales contradicciones.
Un tercer paso es repensar nuestra temporalidad, repensar nuestro tiempo y contar nuestra historia no a partir de la independencia, ni siquiera la colonia o la conquista, sino desde más atrás y empezar a vernos como pobladores milenarios, como huéspedes continuos y temporales de un espacio geográfico que tuvo la oportunidad de albergar una ciudad como la de Monte Albán de más de ocho siglos (Puebla apenas llegará a los cinco siglos) o a una cultura Maya seis veces más antigua que el imperio romano de occidente.
Repensar nuestro tiempo para mirar al futuro con esperanza y paciencia, para relacionarnos con nuestros paÃses vecinos de manera distinta: si pensamos que en un sexenio se acabará (o reformará) nuestro paÃs entonces estamos en la dirección opuesta dado que lo nuestro es de origen la espera, una espera trabajada, es la construcción solemne de lo eterno, la lucha por trascender…asà lo hicieron nuestros antepasados.